Los gorilas de Caballito
Por Palermo Bronx
Entro a un boliche en Caballito, barrio
de gorilas si los hay. Lo que pasa con los gorilas de Caballito es
que, al ser de medio pelo tirando para abajo, son más gorilas que
los de Devoto o Villa del Parque, por ejemplo, porque se mueren por
reafirmar una pertenencia a una clase a la que a duras penas pertenecen.
Pero bueno, retomo la anécdota: entro a un boliche en ese barrio y
pido una milanesa. En el televisor está TN u otro canal canalla de
la Corpo que arde con la coronación de la hija del represor en
Holanda. Ojo, no suelo quedarme en bares que sintonizan esos canales
y menos cuando están por nombrar rey o reina a un miembro de la
familia Zorreguieta, pero tenía solo 15 minutos para comer, además
del hambre que apremiaba. No daba para andar buscando otro lugar.
«Mirá que tenés la promo», anuncia
la dueña del local. «Milanesa y gaseosa: $25».
«Venga, pero... ¿puedo pagar con
$100?»
«Sí, por supuesto», contesta la
señora del delantal blanco. «Siempre y cuando no sean esos billetes
de Evita».
Reviso la billetera y, efectivamente,
tengo un solitario billete de $100 con la hermosa y augusta figura de
Evita en vez de la monstruosa y genocida figura de Roca, lo cual en
cualquier otra ocasión siempre es un alivio y una satisfacción.
Pero no en esta ocasión: no lo aceptan aquí. Se lo muestro a la
señora para que vea que se trata del único dinero de que dispongo
y, considerando que la milanesa ya está bañada en aceite caliente,
más le vale que cambie de parecer.
«No, ¡ni loca! No acepto esos
billetes».
Noto un cierto tono despectivo en la
reiteración del pronombre demostrativo «esos», como si se
refiriera con un dejo de asco a mi platita bien ganada, y me indigno.
Exijo saber por qué no me lo acepta, si no sabe decir si son buenos
o truchos o qué.
«De saber, sé. No soy ninguna
estúpida y me doy cuenta cuando me quieren enchufar un billete
falso. Pasa que no los reconozco», confiesa.
«Es por gorila, ¿no es cierto? ¡Usted
es gorila!»
No hace falta decir que fui invitado a
retirarme amablemente, cosa a la que accedí sin dudar, porque la
invitación era fuerte. Pero no sin antes decirle a la señora —con
todo el respeto del caso— que se
meta la milanesa en la cacerola, claro que
yo me iba a comer un chori a otro lado, como corresponde. Pero no hay
choripanes en Caballito.
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