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Bancar por izquierda, correr por derecha

Por Palermo Bronx

Pese a todos los vulgares esfuerzos de la prensa burguesa por desprestigiarlo y vaciarlo de importancia, el reciente acto en ocasión del golpe cívico militar de 1976 fue multitudinario. Teniendo como escenario la histórica Plaza de Mayo, el acto y la marcha que lo había antecedido han convocado a miles de personas para conmemorar las víctimas del «Proceso» y repudiar las consecuencias funestas de éste. Más allá del autismo de los medios del monopolio, despechados, que ignoraron el éxito de la jornada y más allá de todo lo brillante de la puesta en escena en una Plaza que estuvo de fiesta, el «Acto por la Memoria, Verdad y Justicia» sirvió también para poner de manifiesto las profundas divergencias existentes en el seno de la izquierda, fundamentalmente en lo que respecta a la postura de las agrupaciones socialistas frente al modelo de Estado propuesto por el kirchnerismo. Queda en evidencia que, entre los partidos comunistas, las posturas adoptadas varían muchísimo desde el apoyo brindado por el PCCE y el PCA —aunque en distintos niveles, puesto que aquél ha formado la base de sustentación del gobierno, desde siempre, mientras que éste aún no ha podido dejar de oscilar entre la indecisión y el oportunismo— y una oposición frontal por parte del PO que, siempre coherente con su perfil trotskista, se hizo sentir con la presencia en masa de sus militantes y la emisión de un comunicado que no dejaba ya dudas acerca de esta posición beligerante.

 

Ahora, bien. ¿A qué se debe esta nueva disyunción de los partidos socialistas, precisamente en un año clave como el de 2011? Para efectos de brevedad, se lo podría simplificar diciendo que el problema pasa por la aceptabilidad de un modelo de Estado que ciertamente distrae la revolución socialista aplicando cambios superficiales al sistema capitalista pero que a la vez, dentro de lo circunstancial, mejora las condiciones objetivas del trabajador y del pueblo en general, la realidad material de la sociedad, con políticas progresistas que difieren muchísimo del neoliberalismo que anteriormente se practicó en este país. Tal es fórmula resumida del dilema que se les plantea a los revolucionarios: sacar el mejor provecho de las circunstancias actuales, que son favorables a mejorar las condiciones objetivas o, todo lo contrario, oponerse al modelo propuesto e intentar llevar a cabo la anhelada revolución social con tan solo las condiciones actuales (sean las que fueren), negando la vía electoral de la democracia burguesa, negando apoyo al progresismo. En una palabra, ver al progresismo como un amigo que propiciará la revolución futura, o verlo como un enemigo que la retarda, la posterga e incluso podría evitarla.

A primera vista, resulta claro que ambas posiciones descansan en los principios teóricos del marxismo-leninismo y también del trotskismo, por lo que se trataría verdaderamente de un dilema, o por lo menos justificaría la escisión. Pero es posible que el contexto político específico de Argentina sea fundamental para dirimir este aparente «conflicto de intereses». Al tener en cuenta el referido contexto, parece lícito considerar que oponerse al kirchnerismo en este preciso momento no nos es conveniente a los comunistas, y esta apreciación estaría sustentada por muchos argumentos, todos ellos válidos; pero dos de estos argumentos se podrían además emplear, sin incurrir en sofismas.

En primer lugar, es evidente que toda oposición al kirchnerismo en la actualidad es, indudablemente, un servicio prestado al monopolio capitalista que gobierna de facto en la Argentina y en casi todos los demás países del mundo. Es preciso saber reconocer al enemigo, y el enemigo no es otro sino el gran capital privado, nacional e internacional, representado y defendido por los bancos, las compañías de seguros, las corporaciones multinacionales, los terratenientes parasitarios y, por supuesto, la prensa propagandista que legitima en sus páginas el accionar del capitalista. Desde luego, oponerse a un kirchnerismo que ha abierto frentes de lucha contra muchos de los enemigos de la revolución equivaldría a alinearse no solo en contra de aquél, sino más bien con estos, sería «hacerle el juego a la derecha». Aquí no es posible alegar inocencia, no hay inocentes en la política y a su tiempo todo lo hecho acarrea consecuencias, con repercusiones positivas o negativas sobre lo que se quiera hacer el día de mañana.

El segundo argumento es la imposibilidad de construir un socialismo duradero —un socialismo que vaya más allá de las barricadas, que derrote a la reacción y que finalmente redunde en la abolición de las clases— si no están dadas las condiciones objetivas para ello. Si bien es cierto que el hambre del pueblo puede muchas veces suscitar la rebelión, una auténtica revolución social, en cambio, es muy difícil de sostener en el tiempo si la realidad material es demasiado pobre, si no preexiste un mínimo de educación, salud, alimentación adecuada, vivienda… y de no existir nada de esto, habría entonces que crearlo desde la nada y, lo que es tanto peor, hacerlo con un pueblo en harapos y con muy escasa conciencia de clase. El kirchnerismo no es revolucionario ni socialista pero promueve, asimismo, dentro del actual contexto, un aumento considerable del bienestar social y esto tiende a elevar la conciencia revolucionaria de los estratos populares, nunca al revés. Lo demuestran los progresos que hemos hecho los comunistas en la última década, en contraste con la confusión y el caos en los que estuvimos sumidos durante la década de '90, años del triunfo del neoliberalismo, materializado en la caída del Muro de Berlín, en el plano internacional y el menemismo, en el plano local. Conviene tener memoria.

Resulta fácil deducir de este modo que oponerse al kirchnerismo y a la reelección de Cristina Fernández en 2011 es lo mismo que «bancar» al Grupo Clarín, a los dirigentes golpistas de la Sociedad Rural, a la oligarquía en general y, por supuesto, al monopolio capitalista en todos los niveles. He aquí el verdadero enemigo, el que más temprano que tarde tendremos que derrotar, ya no en las urnas sino en la calle, en el barrio, en los pueblos y en el campo. Así, apoyar al kirchnerismo es «bancar por izquierda» un proyecto de gobierno progresista que seguirá fortaleciendo la revolución y debilitando al capitalista. Cualquier otra opción constituye un error conceptual, no es más que «correr por derecha».
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