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La derecha quiere guerra

Por Palermo Bronx

Los últimos sucesos, tanto a nivel local como mundial, permiten ver qué tan crispada se encuentra la clase dominante en estos tiempos inciertos. Se derrumba de a poco el paradigma establecido por aquella clase para legitimar su dominación y no le queda otra que salir a cruzar con todo y a todo lo que sea contradictorio al parasitario modelo que impone. Es una cuestión de supervivencia, no quedan dudas, ya que el parásito no es tonto tan sólo por ser parásito y tampoco quiere morir. La violencia explícita y reiterada que se ve prácticamente todos los días en los actos de la derecha en Argentina (Biolcati y ruralistas/golpistas, Macri y cipayos porteños que dan asco), por un lado, y en la violencia estructural de las políticas neoliberales en Europa (Grecia, España, Portugal, todos apurados por una Alemania tiránica), por otro, son signos muy claros de que la reacción está despierta y amenaza con traer nada menos que la guerra. Existe una contradicción entre las clases y es precisamente esta contradicción la que genera violencia.


Pero no resulta ser de lo más fácil apreciar el contraste entre los intereses de una y otra posición o, en otras palabras, entre lo que ha impuesto e impone la clase dominante desde siempre y lo que desean todos los demás. A primera vista, no parecerían ser las diferencias tan profundas a punto de que no se puedan conciliar de algún modo (llegar a un «consenso», está de moda decir). Los pacatos tienden a pensar que, si se le permite al capital seguir «haciendo plata» mediante la explotación del trabajo, mientras haya «buena onda» y los de abajo tengan qué comer casi todos los días, no habría entonces motivo para que nadie salte. En este estado de cosas, no se justifica que haya escándalo. Tampoco sería motivo de conmoción, siguiendo la misma lógica, que un gobierno progresista impulse una ley anti-monopolio por acá, promueva un mínimo revalúo del impuesto sobre las grandes propiedades de los terratenientes por allá o que lleve a cabo alguna que otra política social, una estatización, aunque esporádica... en fin, nada de esto parece tan grave ni sería motivo para que reaccionen los de arriba, pensará el pacato. Pero esto es sólo apariencia, porque la realidad es muy otra.


Aunque no haya en curso ninguna revolución socialista ni amenaza a la propiedad privada a corto o mediano plazo, el de arriba sabe muy bien que «la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases». El dominante no pierde de vista a Marx y, diferentemente a lo que ocurre con el dominado, tiene plena conciencia de clase. Cualquier ataque a su estructura es un ataque directo a su clase, es una declaración franca de guerra. Y suscita la reacción, que no se llama «reacción» por casualidad, dicho sea de paso. Todo lo que hace la clase dominante lo hace de manera fría y meditada en el sentido de perpetuarse, de perpetuar la dominación que le permite existir.

Así, la clase dominante —a la que nunca se le escapa la tortuga— ha tomado nota de lo que quiso decir Marx en el «Manifiesto Comunista», que es poco más o menos lo siguiente: desde que existe la sociedad, hay una lucha entre dos clases con intereses contradictorios. Esta lucha es casi siempre velada, aunque a veces se vuelve franca y abierta, por momentos, y entonces se dan los cambios revolucionarios. No obstante, velada o abierta, lo cierto es que la lucha siempre está en curso. Estamos en guerra permanente, porque los intereses de las clases no se pueden conciliar, son contradictorios: la clase dominante desea seguir dominando y vivir del trabajo ajeno, sin tener que trabajar ella misma; la clase dominada se quiere liberar y liberar a toda la humanidad de la explotación del hombre por el hombre. Para lograr su objetivo, la clase dominante oprime e incluso mata a los de la clase dominada, ya sea por hambre (violencia estructural) o con «mano dura» (violencia directa), legitimando todo esto mediante la hegemonía (violencia cultural). Se cierra así con éxito el «Triángulo de la violencia» ¿Qué hace, en cambio, la clase dominada? Pues no hace más que repetir las ideas del sentido común, es decir, la propaganda hegemónica. Los de abajo carecen de conciencia de clase.

Entonces la clase dominante reacciona cuando sus privilegios son, aunque superficialmente, amenazados. Y despliega una variedad de artilugios con el objetivo de detener la marcha de la historia. La derecha —que es la representación política de la clase dominante— actúa en consecuencia y sale a cruzar violentamente a los movimientos progresistas. Un día es Biolcati quien quiere copar una legislatura; al otro día tenemos a Macri y al medio pelo bobo y funcional abrazando... ¿un edificio? En ambos casos están todos muy crispados, actúan como patoteros, agreden a la prensa y gritan consignas de odio. ¿Por qué en épocas de estancamiento neoliberal hablan de paz y buena onda, de conciliar las clases, y ahora que la historia de pronto se vuelve a poner en movimiento, salen a agredir a la calle? Porque desde luego saben que estamos y siempre hemos estado en guerra y despliegan una táctica distinta para cada batalla.

La derecha quiere guerra, la derecha es la guerra. Pero la culpa no la tiene el chancho, sino quien le da de comer: en tanto exista una clase dominante que siga manteniendo un aparato político reaccionario, con el fin de detener el progreso de la humanidad, la guerra no tendrá fin. Y habría que agregar que es bueno que se vean crispados a los de la SRA, los «militantes» del PRO y afines derechosos/reaccionarios. Quizá así podamos entender que la paz es algo que se conquista con lucha, no una dádiva del poderoso. A la «paz de los cementerios» del años '90 hay que oponer la «polarización» de los tiempos que corren. Si se calientan entre ellos, tanto mejor. Igual, ya tienen los días contados.
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