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Piquete y cacerola: la lucha nunca ha sido una sola

Surge la cuestión en Twitter, que es más o menos la siguiente: a partir del hecho de que los «cacerolazos» de anoche se hayan dado básicamente en barrios de las clases privilegiadas de la Ciudad de Buenos Aires, como Recoleta, Barrio Norte y Palermo, y no así en otras zonas de la ciudad y menos en otros lugares de Argentina (que, dicho sea de paso, es inmensamente más grande y más poblada que esos tres barrios y no supo de cacerolas, salvo porque las tienen bien llenas de comida), el tuitero @crodriguezok llega a la conclusión de que las acciones del gobierno no están gustando demasiado entre los «de arriba» y que, por otro lado, tienden a favorecer principalmente a los sectores populares de la sociedad.


Y, si me preguntan, digo que está bien. Está bien la conclusión y está muy bien que el gobierno ponga los intereses de los que más necesitan sobre los de gente que acomodada. El problema es que la conclusión del amigo tuitero viene con intención. Sostiene este opinólogo que no importan los intereses de las clases, «importa que las políticas y medidas sirvan al país». Para este muchacho, Pompeya y Recoleta son iguales, que son barrios en igual medida, y no habría que haber diferencia en las políticas destinadas a uno y a otro.


Ahora bien, ni siquiera propongo entrar a discutir el conocido hecho de que casi todos los gobiernos en la historia de Argentina han favorecido siempre a Recoleta y han abandonado a Pompeya. Es inútil. Quiero preguntar: ¿Qué es el «país»? Si las políticas y medidas del gobierno tienen que servir a todo el país, ¿significa que deben agradar a la totalidad de la población? ¿Esto es lo que llama la burguesía «consenso»?

Pues no, no existe tal «consenso», esta es una utopía de las clases dominantes. Y si no, veamos: si el gobierno hiciera un revalúo inmobiliario para que los impuestos fueran algo más progresivos (quitarle al que más tiene para darle al que menos tiene), no habría consenso en tanto esto beneficiaría al desposeído y molestaría al terrateniente. Y si impusiera límites a la especulación con moneda extranjera, evitando así la fuga de capitales, beneficiaría al trabajador con más empleo, amargando al capitalista financiero, cerrándole el paso a la timba improductiva. Todos aquí, los beneficiados y los afectados, son argentinos. Entonces, de nuevo, ¿qué es el país? Mi patria no es la patria de Biolcati, está claro. Y si el burgués parásito de Recoleta que quiere atesorar en dólares ¡y que se joda el resto! es argentino, bueno, entonces yo soy extranjero.


La verdad es que, o bien se gobierna para las clases dominantes, o bien se gobierna para las clases populares, tratando de hacer justicia social. No se pueden ambas a la vez, no se puede agradar a griegos y a troyanos. Los países existen en tanto favorecen a la mayoría de sus poblaciones. De lo contrario, tienden a desaparecer, se descomponen en guerras civiles o de secesión. Si cuatro gatos locos de Recoleta (que están molestos porque no les dejan especular en dólares norteamericanos) logran con su calentura desestabilizar a un gobierno elegido y reelegido por la mayoría, en elecciones limpias, entonces la voluntad del 54% no sirve de nada y el «país» dejó de existir. En resumen: si con las cacerolas logran imponer la voluntad de la minoría, la mayoría debe hacer piquetes todos los días para defender sus intereses. Sí, porque hay una diferencia esencial entre los cacerolazos y los piquetes, y es una diferencia de clase que no se puede conciliar. La lucha nunca ha sido una sola.

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