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Jorge Lanata: la desesperación en vivo, por el 13

La desesperación es algo muy jodido. Desesperado está aquél que apuesta la casa, la mujer y hasta los hijos en una mesa de naipes tras haberlo perdido casi todo en una noche de muy mala suerte. Desesperado también el director técnico que no encuentra respuestas en el banco de suplentes, va perdiendo por mucho y sabe que se está quedando afuera de todo, y por eso manda hasta al arquero a cabecear al área rival, a ver si logra salvar algo o por lo menos rescatar un golcito, el del honor. Igualmente desesperado el padre de familia —desocupado, abandonado y excluido de la sociedad, cuyos hijos lloran de hambre y ya sin tener prácticamente ninguna otra cosa que perder— cuando decide entrar a robar al almacén del barrio, aún sabiendo que tiene muy pocas posibilidades de salir de allí con la vida, con la libertad y con el botín. Es que la desesperación no tiene miramientos ni límites y tampoco ofrece demasiadas opciones.

Eso sí: el jugador, el director técnico y el padre de familia devenido en ladrón, todos ellos, por igual, saben que están jugados. Saben que no les queda mucho más tiempo y que necesitan dar el batacazo si es que se quieren salvar. Están al borde del fracaso, le ven las orejas al lobo, contemplan la muerte que se va asomando. Y es precisamente el estar jugados del todo lo que les hace tomar decisiones extremas, quemar el último cartucho que les queda. La proximidad del fin les nubla la vista y van por el todo o nada, pero siempre conscientes de que lo hacen. Dan el popular «manotazo de ahogado». Esto es lo que suele hacer el que está jugado.


Ahora bien, ¿qué decir de un tipo que de pronto resigna sus convicciones de toda la vida y se vende y se entrega al enemigo fundamental, aún a sabiendas que van a saltar los archivos que pondrán de manifiesto esa contradicción? ¿Está o no está jugado? Un tipo patético que sale a acusar de patéticos a todos, de la primera al último, que hace el ridículo en televisión los domingos y se expone al papelón en radio de lunes a viernes y que elige ignorar los negociados de su patrón Magnetto, a quien criticaba ferozmente hasta hace muy poco. Un tipo así tiene que estar demasiado jugado, tiene que tener en claro que le queda muy poco camino por delante. Literalmente.

Y resulta que por primera vez alguien le pone una ficha. El Grupo Clarín lo financia, por primera vez lo financian. Antes, para poner en marcha un proyecto, echaba mano de fondos propios y asumía los riesgos inherentes a la inversión. Ahora ha elegido asumir el riesgo de ser condenado al olvido, que es el lugar propio de los mediocres y de los traidores, de los insignificantes en general.

En fin, camaradas: Jorge Lanata juega su última carta. También lo hace Héctor Magnetto. El 7 de diciembre golpea la puerta.

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