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Cacerolazos, Biolcati y los agrogarcas

Entre todos los siniestros personajes que pululan desde que el hombre entendió que podía vivir sin trabajar mediante la explotación del trabajo de otros hombres, quizá el agrogarca sea el más nefasto, junto con el banquero y el especulador financiero. Pero, a diferencia de estos dos últimos, el agrogarca es, sin lugar a dudas, el más dañino porque retrasa y pretende detener la marcha de la Historia. ¿Cómo lo hace? Pues es más sencillo de lo que se cree.


Resulta que el agrogarca es un tipo, digamos, medieval. Un integrante clásico de una clase parasitaria que debió haber desaparecido hace mucho, allá por el 1789, más o menos, aunque que porfiadamente sigue subsistiendo. La Historia lo quiere superar, pero él se resiste. Es un ser anacrónico porque las relaciones de producción que practica son profundamente anticapitalistas y, por ende, anticomunistas, en tanto el socialismo y el comunismo bien entendidos deberán ser superadores del capitalismo, cuando este llegue a cerrar su ciclo de desarrollo, si se me permitiera hacer esta digresión.

Y es precisamente esta condición de pre-capitalista, de fósil defensor de un régimen que ya no debería existir más que en los libros, la que lo convierte en un enemigo fundamental. Su ideología —porque la tiene, aunque se suele pensar y decir que no— es antisocial, egoísta y netamente anarcoindividualista. Odia a la gente de carne y hueso, ama el dinero fácil, la plata dulce. «Piensa en sus cuentas bancarias, ponderando a los poetas, que hacen con torpes recetas, canciones estrafalarias». Allí en el termo donde se encuentra encerrado, cree que el Estado sólo sirve para cobrar impuestos sin contrapartida, porque tiene una idea de Estado que remonta sin escalas al siglo XVIII europeo, cuando la monarquía absoluta recaudaba sólo para satisfacer la codicia del rey y la lujuria de los cortesanos.


Pero el Estado cambió, no es ya mismo de antes y hoy quiere estar presente, quiere recaudar para para equilibrar, dentro de la lógica naturalmente desequilibrada del capitalismo. Entonces el agrogarca se hace el despistado y no acusa el cambio: sigue cargando contra el Estado cuando este lo interpela y le exige que contribuya con la sociedad en la que se encuentra inserto. La verdad es que el Estado nacional hoy cobra impuestos para financiar la construcción y la manutención de escuelas, de hospitales, de calles y caminos, y en fin, para brindar los servicios que demanda la sociedad en su conjunto. Pero el agrogarca dice que no necesita esos servicios, aunque muy alegremente transita por las rutas y por las calles con sus camionetas todoterreno y no duda a la hora de acudir a una comisaría a radicar una denuncia y exigir protección (¡del Estado!) al sentir que amenazan a su persona, a su familia o su propiedad privada (que, por otro lado, es fruto del robo). Sus peones —a los que, dicho sea de paso, no puede explotar ya como siervos de la gleba o directamente como esclavos porque el Estado no se lo permite— se educan y se curan en escuelas y hospitales públicos. El agrogarca dice no entender, pero se beneficia de los servicios estatales en igual medida que el burgués urbano. En una palabra: el agrogarca lo entiende todo porque tuvo la mejor educación que el dinero pueda comprar, pero se hace el tonto ante las evidencias.

Ahora bien, muchas veces perdemos tiempo discutiendo las cortinas de humo que lanza el agrogarca para confundirnos. Y una de las más clásicas cortinas de humo que suelen utilizar es la del patriotismo.

El agrogarca se declara un patriota, usa y abusa de todos los símbolos nacionales pero no tiene pudor en hacer un lockout patronal y, encima, llamarlo «paro agrario», para crear aún más confusión, amenazando la seguridad de la población del país. De esto se desprende que el lockout ruralista es de lo más antipatria que puede haber pues es contrario a los intereses de los que somos, en teoría, conciudadanos del agrogarca. Y, sin embargo, el agrogarca declara que su lockout se hace para defender la patria. Una contradicción insalvable que precisa ser develada.


Lo más curioso del caso es que la clase burguesa urbana —que es muy lista a la hora de defender sus intereses mediante la expoliación violenta de la clase trabajadora— se come el amague y sale a defender los intereses de la oligarquía terrateniente. Salen «a defender la patria» con cacerolas y se enardecen con consignas golpistas. En resumen, el «medio pelo» tilingo, aunque se cree muy vivo, le sirve de carne de cañón a la aristocracia, que odia, desprecia y resiente de la burguesía aún más que del trabajador, pues ve a aquella como una amenaza, como una clase que la puede desplazar. De este modo berreta, la burguesía latinoamericana termina actuando en contra de sus propios intereses, porque es de las que aprobó la materia Conciencia de Clase con un 4, raspando ahí. Se podría decir que no llega a ser una clase en serio, sino más bien un rejunte de tilingos, explotadores y reaccionarios.

Por su parte, el agrogarca es un patriota, aunque las fronteras de su patria no van más allá de la alambrada de su campo. Si sobreviene el hambre en el resto del país y del mundo, tanto mejor para el agrogarca: podrá especular con el precio de los alimentos, que son para él nada más que una commodity, una mercancía que le permite acumular riquezas y así mantener su estilo de vida de señor feudal, aún a costa del sufrimiento de millones. Así, no es cierto que el agrogarca sea un cipayo como lo es el burgués tilingo, porque el cipayo defiende al imperio extranjero por encima de su propia vida e intereses, mientras que al agrogarca le da lo mismo patria o no-patria, lo vernáculo o lo foráneo: los colores de la bandera lo tienen sin cuidado, siempre y cuando al invasor no se le ocurra tocar los intereses particulares de su «patria campestre», cosa que normalmente no sucede.

Finalmente, y ante esto, la clase trabajadora no debe adoptar una postura pasiva y está llamada a repudiar y a combatir a la oligarquía terrateniente en primer lugar, a no prenderse de sus operaciones. Es preciso tener cuidado porque el agrogarca argentino posee importantes medios de comunicación (entre ellos, el diario La Nación, de propiedad de Bartolomé Mitre, un agrogarca y garca a secas, si los hay) y los utiliza para granjear adictos a su causa. El lockout patronal es un crimen porque puede ocasionar hambrunas y, por lo tanto, matar. Debemos denunciar las operaciones de La Nación y salir en defensa del Estado argentino. Hay que acabar, de una buena vez por todas, con la dictadura de la oligarquía. Y que empiecen por pagar impuestos cada vez más altos.

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