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Me van a tener que matar primero

«Dar la vida por la patria». No es mera retórica: las condiciones están dadas para que empecemos a pensar sobre qué o cuánto puede aportar cada uno a la defensa de la patria. Son tiempos de polarización y por esto se puede ver más claro quién es quién en medio de todo este lío. Todos están llamados a participar y el enemigo queda en evidencia, gracias a lo que ellos gustan llamar «crispación» y no es más que democracia.

Y hablo de defender la patria, aunque no sea más que otra manera de decir, en la actual coyuntura, «defender este modelo económico». Porque —como bien han dicho Serrat y Sabina en memorable entrevista a Julia Otero en TVE— la patria no es una multinacional petrolera y confundir esta y aquella es algo curioso. De acuerdo, la patria no es Repsol ni Telefónica ni ninguna otra empresa de capital privado y transnacional. Esas son patria del capitalista apátrida y de nadie más. Entonces, ¿qué es la patria?

Buena pregunta y, por cierto, de respuesta muy amplia. Sin pretensión de contestarla aquí, podría empezar diciendo que mi patria son los niños comiendo, yendo a la escuela y jugando, que propio de la niñez es jugar y no trabajar. En la Argentina del 2012 los niños hacen cosas de niños, porque sus padres perciben una Asignación Universal y ya no tienen que mandar a los nenes a vender caramelos en un tren.

 

Patria, para mí, es tener la dicha de escuchar de una mamá con un recién nacido entre los brazos que hoy duerme tranquila por saber que a su bebé no le va a faltar lo básico. Que le van a poner todas las vacunas y que va a crecer sano y feliz, pese a la humildad del hogar en líneas generales. Y en la Argentina del 2012 las mamás duermen tranquilas, salvo cuando tienen que cambiar alguno que otro pañal a media madrugada, que esas son cosas de la naturaleza.

Patria es emocionarse casi hasta las lágrimas al ver un grupo de jubilados jugando a las cartas, todos sonrientes allí, porque tienen las jubilaciones aseguradas y éstas alcanzan para que vivan dignamente tras toda una vida de trabajo. En la Argentina del 2012, y no es casualidad, los jubilados juegan a las cartas, a las bochas, van a bailar, viajan en vacaciones y hacen tantas otras cosas que les alargan la vida, disfrutando de una vejez tranquila y feliz.

 

Patria es el padre de familia con sueldo de obrero que accede al techo propio, se sacude el yugo del alquiler y tiene la ilusión de legar a sus hijos una casa propia, cosa que antes le sonaba a poco menos que ciencia ficción. En la Argentina del año 2012 un trabajador tiene la posibilidad de acceder a un crédito inmobiliario estatal y en moneda nacional, a pagar en 20 y 30 años y con ínfimos intereses.

 

Todo esto es patria. La Patria es la felicidad. Y todas estas cosas sólo se pueden realizar, la felicidad del pueblo sólo se puede alcanzar, si la economía está orientada a lo social o, en una palabra, si el modelo económico es el indicado. Con algunos modelos económicos se hace patria; con otros, se la destruye, se la fragmenta y luego se venden los trocitos al peor postor. La Argentina de los años 1990 tenía un modelo económico del segundo tipo y casi rifamos la patria. Casi perdimos la felicidad para siempre. Tengamos memoria.

Hoy, un pequeño grupo de reaccionarios (unos sectarios que controlan el mercado financiero, los medios de comunicación y dirigen las mafias) quiere despacharse con un golpe de Estado al ritmo de cacerolazos, operaciones mediáticas y contando con la complicidad y colaboración de algunos capos sindicales que no han entendido bien de qué viene todo esto (o en realidad hacen negocios inconfesables). Quieren dar el golpe para neutralizar este modelo económico de inclusión social e imponer, en su lugar, un modelo más bien parecido al de los años neoliberales de 1990 en adelante. Nos quieren quitar la felicidad.

 

Muchos somos los que volvimos a vivir y a ser felices gracias a la aplicación de las políticas de inclusión impulsadas por Néstor y Cristina. Volver a lo viejo es equivalente, por lo tanto, a la muerte. Y no resulta para nada difícil concluir que, si se trata de voltear este gobierno con un golpe, es obligación de todos nosotros el salir a cruzar y a parar dicho golpe. Es verdad que entonces puede llegar a haber violencia e incluso puede uno caer en la lucha. De mi parte, prefiero morir en defensa de la patria y no a manos de una tecnocracia neoliberal que liquida a los pueblos de a poco, lentamente, con ajustes y recortes. Quiero ser feliz y no quiero morir de hambre.

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