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Brasil: catarsis antipolítica não tem fim


En lo que va de la secuencia de disturbios callejeros en Brasil, ya son seis los intendentes municipales de grandes ciudades que sucumbieron a la presión ejercida por el Movimiento Tarifa Libre (MPL, por sus siglas en portugués) y revirtieron los aumentos de tarifa en el transporte público. Es un dato menor en sí mismo, a nuestro modo de entender, ya que todo el barullo —que por supuesto sigue— nada tenía finalmente que ver con el aumento en las tarifas del transporte público. Como habíamos anticipado en este espacio, queda ahora evidente que se trata de un movimiento destituyente ejecutado por los peones de las clases medias lumpen y orquestado por las clases dominantes (que no utilizan el transporte público). Y queda en evidencia la maniobra por la mutación en las consignas, que ahora ponen el énfasis en las inversiones hechas en infraestructura para la realización del Mundial de fútbol de 2014: ahora sostienen que se trata de gastos innecesarios y que esos fondos se debieron invertir en «salud y educación», así en abstracto, aunque, ya lo sabemos bien, las clases medias y altas de Brasil tampoco utilizan esos servicios y se sirven de seguros de salud y escuelas privadas para curar y educar a sus hijos. ¿Qué es lo que realmente quieren?

Al dar marcha atrás con los aumentos en las tarifas, el Estado ha abierto la caja de pandora del chantaje sin límites. Claramente no estamos a favor de ningún tarifazo. Es más: creemos que el transporte público en Brasil es demasiado caro y que debería estar subsidiado para que los ricos paguen por los pobres y estos puedan viajar por muy poco y, de ser posible, por nada. Pero tampoco aceptamos que la política haga concesiones a la antipolítica, porque sabemos adónde conducen estas concesiones. No tenemos dudas de que la gran burguesía financiera de Brasil se ha montado sobre los reclamos para destituir al gobierno del PT e instalar una administración que les permita volver a desarmar el Estado y regresar a la fiesta neoliberal de los años 1990.

Pero más allá de todo esto, y más allá de que la pequeña burguesía brasileña salga a la calle a romper todo a modo de catarsis por su histórica impotencia política, es necesario que las fuerzas progresistas en ciertos países, como Brasil, hagamos una suerte de autocrítica respecto a cómo hemos estado armando nuestras bases de sustentación política en los últimos años. Debemos tomar como ejemplo a Argentina y a Venezuela, países en los que se ha avanzado muchísimo hacia la formación de una base política propia y de corte militante para contrarrestar las operaciones de la reacción neoliberal.


¿De qué estamos hablando aquí? Pues de la incapacidad del progresismo en países como Brasil y Paraguay, por ejemplo, de construir un liderazgo colectivo que trascienda a los liderazgos carismáticos que nos han permitido el acceso al poder en una primera etapa. En Venezuela y Argentina, ante la perspectiva de la ausencia de esos líderes carismáticos (Hugo Chávez y Néstor Kirchner), se realizó un trabajo de base muy importante en el sentido de organizar a la militancia y de alinearla detrás del proyecto político orgánicamente. El resultado es una base de sustentación política relativamente sólida que permite resistir a las embestidas mediáticas de la derecha desde un lugar absolutamente político. Lo mismo no ocurre en Brasil y en Paraguay.

En el caso de Paraguay, las defensas estaban tan bajas que Fernando Lugo no pudo resistir al primer brote de gripe: sin base territorial ni parlamentaria que lo respaldara, bastó con que la derecha hiciera una jugada de pizarrón (el típico golpe institucional, en el que se reviste todo con un manto de legalidad que se vuelve prácticamente indiscutible) para que Lugo bajara los brazos y entregara el poder sin oponer resistencia. Hoy Paraguay ha vuelto a manos del neoliberalismo y se encuentra una vez más alineado a los designios de las potencias imperialistas.

En Brasil, no obstante, el cantar es ligeramente distinto. La partidocracia que existe en ese país resulta ser un armazón demasiado rígido, que impide la formación de un movimiento más bien heterogéneo y más adecuado para las construcciones del progresismo del siglo XXI. Es preciso someter a los partidos de la base de gobierno (fundamentalmente el PT y el PCdoB, pero también el PMDB) a la dirección de un movimiento político amplio, parecido al chavismo en Venezuela o al kirchnerismo en Argentina.

En Venezuela el movimiento está hegemonizado por el PSUV, pero hay cabida para todos los partidos y movimientos sociales afines; en Argentina a «Unidos y Organizados» lo hegemoniza el peronismo, pero asimismo existen en sus filas socialistas, humanistas, comunistas y muchas otras fuerzas. Esto significa que es posible congregar un gran número de militantes alrededor de un proyecto de país y no en torno a un determinado partido, eliminando así el sectarismo y dando cabida a un amplio abanico de ideologías para conformar esa sólida base política que sea cada vez menos vulnerable a los atentados de la derecha golpista.

El mejor ejemplo, sin embargo, de estas construcciones políticas variopintas que son tan características del progresismo y del socialismo del siglo XXI viene de Bolivia: en aquel país la inexistencia de los partidos políticos más allá de lo nominal ha permitido que Evo Morales accediera a la presidencia virtualmente sin partido, ya que el Movimiento al Socialismo (MAS) es precisamente eso, es decir, un movimiento en el que todas las fuerzas progresistas encuentran su espacio, sin estar condicionadas por intereses partidarios previos. De hecho, el MAS se define mejor como un gran armado de movimientos sociales y estos movimientos sociales se sirven del MAS como instrumento político para llevar a cabo un proyecto de país en común, que es la soberanía popular. No es casualidad que lo hayan denominado Movimiento al Socialismo/Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (MAS/IPSP). No existen las casualidades.

Sin militantes prestos a tomar la calle en respuesta a cualquier movida destituyente de la reacción derechista, ningún gobierno progresista podrá resistir a los embates del poder fáctico concentrado, detentor de los medios de producción y, sobre todo, de los medios de comunicación. O se construye poder popular territorial, militante y consciente de su rol histórico en los procesos de transformación de América Latina, o estaremos condenados a sufrir, uno tras otro, los golpes reaccionarios. El desafío es convocar, hacer salir del cómodo anonimato a los que se han visto beneficiados por las medidas de gobierno en la última década. Es preciso hacer que el trabajador, en tanto sujeto histórico, tenga conciencia de su importancia y de que únicamente podrá garantizar lo conquistado si sale a la calle orgánicamente, a defender el proyecto de país que lo beneficia.
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