Dossier: Sergio Massa
Por Palermo Bronx
Catapultado por los medios hegemónicos a la posición de máximo referente de la reacción conservadora a nivel nacional, Sergio Tomás Massa podría definirse, en pocas palabras, como un dirigente relativamente joven con un pasado absolutamente opaco. Además de su pasión por las afamadas cámaras de seguridad y un fugaz paso por la Jefatura de Gabinete durante el primer mandato de Cristina Fernández, el perfil de Massa sigue siendo un auténtico misterio para la mayoría de los argentinos. No obstante, o quizá precisamente a raíz de dicha opacidad, todas las fichas de la derecha están puestas sobre él.
Habiéndose iniciado políticamente en la derecha liberal, Sergio Massa logró sin mayores dificultades lo que muchos han intentado pero pocos lograron: vulnerar el peronómetro y hacerles creer a muchos peronistas que su militancia en la odiosa UCeDé fue un pasado combativo en la gloriosa JotaPé. «No es lo que parece, compañeros», solía decir al respecto. Pero si el peronómetro falló ahí, nuestra memoria sigue intacta e indica que lo insoslayable del caso es que Sergio Massa fue, en realidad y en sus comienzos, un convencido liberal antiperonista. Un feroz gorila, para ser más explícito.
Una vez reemplazado su gorilismo por un peronismo de Perón a ultranza —operación que se realizó de la noche a la mañana y nadie sabe muy bien cómo— Massa pasó a formar en la filas del menemismo noventoso de la mano del gastronómico Luís Barrionuevo, quien le recomendó a su pupilo que se aprendiera de memoria la marcha peronista raudamente y que dejara de robar por lo menos dos años.
Pero Massa no le hizo mucho caso a su padrino. No pudo hacerlo: es que su adscripción al peronismo no tenía otro objetivo más que robar. A través del «Palito» Ortega llegó a Eduardo Duhalde y de ahí a Carlos Menem I de Anillaco, previa escala en un matrimonio muy conveniente con una heredera del «Pato» Galmarini, para el que fue necesario abandonar súbitamente a una novia con la que estaba a punto de casarse (un detalle ciertamente menor, porque amor y negocios no se deben mezclar jamás, ya se sabe) Y así, haciéndose de amigos en el poder monárquico, acumulando capital en contactos y en efectivo (de preferencia efectivo verde, ya que el hombre es muy amigo de los billetes emitidos por la Reserva Federal de Estados Unidos, dicen los mala leche de siempre), llega Massa a la ANSES, desde donde ya se puede rastrear su pasado con más claridad.
Es harto conocida la malsana costumbre de Sergio Massa de reunirse con embajadores estadounidenses. El tigrense suele organizar amenos asados de tiempos en tiempos, en los que presenta informes periódicos de su actividad cipaya y recibe instrucciones de sus patrones yanquis, pues considera que nada es más conveniente que tomarse unos vinos antes de pasar a las relaciones carnales en las que hace de pasivo. Al parecer, en una de esas reuniones con Vilma Martínez, Virreina del Plata por la gracia de dios, Massa entró demasiado en confianza, se fue un poco de boca y tuvo que ser contenido por su esposa, quien le dijo que se callara la boca y dejara de meter la pata, cariño mío. Sus opiniones sobre Néstor Kirchner esa noche habrían escandalizado incluso a los yanquis presentes, y no precisamente por tener un contenido muy progre/zurdo.
Este funebrero con dientes de conejo es el engendro que la derecha quiere vender como la salvación de la patria. Es la esperanza blanca de las corporaciones, de los jueces atornillados en sus asientos y de la reacción en general. Si lograra con su performance una buena cantidad de votos en las elecciones de este año, desplazaría a Mauricio Macri, a José Manuel de la Sota y a los demás que siguen en carrera, erigiéndose en el Capriles argentino para el 2015. Estos son los planes de la derecha por el momento y corresponde entonces reventarles las urnas ahora para no padecerlo más tarde.
Catapultado por los medios hegemónicos a la posición de máximo referente de la reacción conservadora a nivel nacional, Sergio Tomás Massa podría definirse, en pocas palabras, como un dirigente relativamente joven con un pasado absolutamente opaco. Además de su pasión por las afamadas cámaras de seguridad y un fugaz paso por la Jefatura de Gabinete durante el primer mandato de Cristina Fernández, el perfil de Massa sigue siendo un auténtico misterio para la mayoría de los argentinos. No obstante, o quizá precisamente a raíz de dicha opacidad, todas las fichas de la derecha están puestas sobre él.
Habiéndose iniciado políticamente en la derecha liberal, Sergio Massa logró sin mayores dificultades lo que muchos han intentado pero pocos lograron: vulnerar el peronómetro y hacerles creer a muchos peronistas que su militancia en la odiosa UCeDé fue un pasado combativo en la gloriosa JotaPé. «No es lo que parece, compañeros», solía decir al respecto. Pero si el peronómetro falló ahí, nuestra memoria sigue intacta e indica que lo insoslayable del caso es que Sergio Massa fue, en realidad y en sus comienzos, un convencido liberal antiperonista. Un feroz gorila, para ser más explícito.
Una vez reemplazado su gorilismo por un peronismo de Perón a ultranza —operación que se realizó de la noche a la mañana y nadie sabe muy bien cómo— Massa pasó a formar en la filas del menemismo noventoso de la mano del gastronómico Luís Barrionuevo, quien le recomendó a su pupilo que se aprendiera de memoria la marcha peronista raudamente y que dejara de robar por lo menos dos años.
Pero Massa no le hizo mucho caso a su padrino. No pudo hacerlo: es que su adscripción al peronismo no tenía otro objetivo más que robar. A través del «Palito» Ortega llegó a Eduardo Duhalde y de ahí a Carlos Menem I de Anillaco, previa escala en un matrimonio muy conveniente con una heredera del «Pato» Galmarini, para el que fue necesario abandonar súbitamente a una novia con la que estaba a punto de casarse (un detalle ciertamente menor, porque amor y negocios no se deben mezclar jamás, ya se sabe) Y así, haciéndose de amigos en el poder monárquico, acumulando capital en contactos y en efectivo (de preferencia efectivo verde, ya que el hombre es muy amigo de los billetes emitidos por la Reserva Federal de Estados Unidos, dicen los mala leche de siempre), llega Massa a la ANSES, desde donde ya se puede rastrear su pasado con más claridad.
Es harto conocida la malsana costumbre de Sergio Massa de reunirse con embajadores estadounidenses. El tigrense suele organizar amenos asados de tiempos en tiempos, en los que presenta informes periódicos de su actividad cipaya y recibe instrucciones de sus patrones yanquis, pues considera que nada es más conveniente que tomarse unos vinos antes de pasar a las relaciones carnales en las que hace de pasivo. Al parecer, en una de esas reuniones con Vilma Martínez, Virreina del Plata por la gracia de dios, Massa entró demasiado en confianza, se fue un poco de boca y tuvo que ser contenido por su esposa, quien le dijo que se callara la boca y dejara de meter la pata, cariño mío. Sus opiniones sobre Néstor Kirchner esa noche habrían escandalizado incluso a los yanquis presentes, y no precisamente por tener un contenido muy progre/zurdo.
Este funebrero con dientes de conejo es el engendro que la derecha quiere vender como la salvación de la patria. Es la esperanza blanca de las corporaciones, de los jueces atornillados en sus asientos y de la reacción en general. Si lograra con su performance una buena cantidad de votos en las elecciones de este año, desplazaría a Mauricio Macri, a José Manuel de la Sota y a los demás que siguen en carrera, erigiéndose en el Capriles argentino para el 2015. Estos son los planes de la derecha por el momento y corresponde entonces reventarles las urnas ahora para no padecerlo más tarde.
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