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No hay peor fascista que un pequeño burgués contrafrente asustado

Local de comidas en La Merced, entre Alvear y Paunero, Caseros. Soy atendido por el dueño, un hombre de sus cuarenta y pico que hasta entonces había demostrado ser un auténtico gaucho. Al pagar por mi compra, noto un aumento de 20% en el producto que solía consumir en ese local. Cuestionado, al propietario no se le ocurre idea más original que la de echarle la culpa a «tu presidenta» por los aumentos. Claro que intenté argumentar que ni «mi presidenta» ni ningún gobierno remarca precios, que esto tiene que ser obra de los empresarios, de los especuladores, etcétera. Este fue el disparador para que el buen comerciante cambiara radicalmente de comportamiento: enardecido, el hombre empezó a vomitar todo el libreto de Clarín que tenía escondido. Desde la clásica «corrupción como nunca hubo en este país» hasta un supuesto «pésimo manejo de la economía nacional», el comerciante fue tambaleando de un falso argumento a otro, cada vez más rabioso a medida que yo le exponía mi punto de vista opuesto sobre cada uno de los temas. En determinado momento, al verlo tan negativo, le pregunté cómo sería posible que un gobierno tan malo como el que él pintaba hubiese sido electo y reelecto tres veces seguidas, una de ellas por el 55% de los votos. Y aquí, compañeros, logré desenmascarar el fascismo que subyacía su resentimiento social y político:

— Lo que pasa —ladra él, ya desorbitado de odio— es que esta hija de puta los tiene comprados a todos los vagos con esos planes de mierda.
— ¿Qué planes? Tengo entendido que en este país no existen más planes sociales para desocupados. ¿Conoces por lo menos alguna característica de la política de desarrollo social que se está llevando a cabo en la actualidad? ¿Cuáles son los «planes» sociales que paga el Estado hoy?
— ¡No lo sé ni me interesa!
— ¿Entonces cómo podés criticar si no sabes de qué se trata?
— Sé muy bien de qué se trata: hay gente que se rasca el pupo todo el día, esperando el momento de ir a cobrar el plan. No me vengas a negar la realidad.
— Mira, hermano —empiezo, tranquilo y calmado— lo que hay son asignaciones por hijo, que permiten a los nenes acceder a una alimentación básica indispensable, al estudio y a los controles de salud. Es la manera encontrada por el Estado para garantizar la existencia de los más chiquitos.
— No hay que darles ayuda, hay que darles trabajo. Está bien que se les dé una ayuda por seis meses, pero si después de eso no salen a laburar hay que cerrar la canilla.
— ¿Cómo laburar? ¡Si son criaturas, hombre! ¿Cómo van a salir a laburar, por favor?
— Hablo de los padres. Son vagos que viven de arriba y así no van a salir a buscar un laburo jamás en sus putas vidas.
— No entendiste nada y además te estás contradiciendo: primero me decís que esos tipos son unos vagos y después exigís que salgan a buscar laburo. ¿Cómo es? ¿Son vagos o son laburantes?
— ¡Vagos! Y la mayoría son chorros además. No hay que darles nada, qué se caguen de hambre así seguro van a buscar trabajo.
— Bueno, si la mayoría son chorros lo más seguro es que, en todo caso, en vez de buscar trabajo van a salir a robar, ¿no te parece?
— No importa, la policía entonces tiene que hacer lo que hay que hacer y reventarlos a palos...
— Un poco extremo tu concepto de justicia, pero bueno... sólo no me queda claro qué hacer con los chicos mientras tanto. Papá y mamá en un calabozo siendo molidos a palos por la policía después de haber robado, perfecto, ¿pero y los nenes? ¿Qué hacemos con los nenes mientras tanto?
— Yo tengo dos hijos y siempre trabajé para darles de comer.
— No hablo de tus hijos, hablo de los hijos de los «vagos» a los que la policía va a tener adentro mientras los tortura para purificar sus pecados.
— ¡No me interesa!
— No te interesan las criaturas inocentes, ¿esto es lo que me querés decir?
— No me interesan: son hijos de vagos, qué se pudran así dentro de diez o veinte años no salen a robar como sus padres.

Aquí decidí dar por terminado el debate alegando que se había pasado un límite que para mi es inaceptable: con los chicos, no. Pero aún no quedaba lista mi comida y tuve que esperar. Viendo que se había ido a la mierda con un cliente (una actitud no muy buena para un comerciante), el hombre intentó contemporizar retomando la cuestión netamente política. Allí dónde intentó enmendar, la terminó cagando peor. Después de volver a negar a Cristina y de calificarla como la «peor presidenta de la historia», incluso «peor que M*nem y De la Rúa», terminó confesando que su candidato es Macri y justificando esta elección con una lógica bastante pedorra: Macri tiene una «excelente» gestión en Boca, entonces claramente va a ser un gran presidente para la Argentina.

Es así, compañeros, como piensa nuestra clase media contrafrente y, en este caso, además, suburbana. No tienen consideración por los niños de la Patria. ¿Por qué deberíamos tener consideración por ellos?



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