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Una pequeña reflexión estalinista

La batalla cultural en los países de tercer mundo es larga, ingrata y muchas veces parece además estéril e interminable. Los siglos de colonización y opresión europea han sembrado en lo más profundo de la conciencia americana el germen del egoísmo y del cipayismo.

Cuando creemos que estamos avanzando, vuelve a aparecer lo peor del sálvese quién pueda y cada cual se dedica a cuidar sus ahorros, a tratar de evadir impuestos, a violar la ley en un supuesto beneficio individual. Pocos piensan en la patria y casi nadie comprende que aquí nos salvamos todos o no se salva nadie.

Desprovista de identidad propia, la clase media contrafrente se aferra a su condición de tapón (construido y colocado por las clases dominantes) y resiste a cualquier cambio. Al menor intento de redistribución de la riqueza, se indigna hasta rabiar y defiende a muerte los intereses... ¡de la clase alta!

La clase media americana es tilinga, se cree rica pero apenas llega a fin de mes y se informa por los medios de la clase dominante, tomando como propias sus ideas. Consume en la ciudad el alimento más caro del mundo pero no duda en sacar a la calle sus cacerolas en defensa de los intereses del terrateniente oligárquico, el mismo terrateniente que le vende el tomate a precio de bife y el bife a precio de oro.

Esto puesto, no quedan dudas de que el único camino posible es la rebelión popular contra los medios de comunicación: es el pueblo quien debe intervenir y democratizar los medios, impedir la circulación del mensaje dominante y cortar el nudo gordiano. Mientras haya «libertad» para difundir el mensaje antipopular, no podremos liberar a la clase media para que deje, finalmente, de ser contrafrente y tapón para intereses ajenos.


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