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Lujo de candidatos: Carolina Scotto


El proyecto neoliberal que se inició en la década de los años 1970 y que en la Argentina duró hasta los primeros años del siglo XXI incluía en su programa la banalización y el absoluto bastardeo de la actividad política. Hasta aquí, todo muy coherente: el «achicar el Estado» para «agrandar la Nación» requería unas determinadas condiciones en las que era necesario desprestigiar a los dirigentes políticos para quitarle el poder a la democracia y concentrarlo en las corporaciones económicas.

Claro que aquellos dirigentes tradicionales también han colaborado con el programa de la derecha neoliberal y se han despojado ellos mismo de gran parte del prestigio que algún día supieron tener, al mostrarse impotentes para brindar las respuestas que la sociedad esperaba de ellos. Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, la sociedad civil fue perdiendo la fe en el Estado y la fue depositando en lo privado y la culminación del proyecto neoliberal se dio cuando dejamos de creerles a los políticos y a la política en general, pero no dudamos ya de la honestidad de los bancos y del capitalista en general. Esto sucedió allá por los años 1990, a un punto tal que, para el hombre promedio del sentido común, eran más confiables para la gestión de algo tan importante como sus jubilaciones las AFJP que el Estado.

Pero la banalización de la actividad política no se reduce a desprestigiar a los dirigentes tradicionales, sino que avanza en el sentido de reemplazarlos, hasta que ya nada quede de ellos. Como algo natural, se pretendió entonces instalar a personajes de la farándula y otros mediáticos, sosteniendo que así se superaría a la «vieja política» y que se haría una renovación. Aún en los tiempos que corren, ciertas fuerzas de la derecha conservadora quieren imponer que la «nueva política» son los comediantes, los futbolistas y otros por el estilo, que se trata «gente como uno» que no viene a la política para robar sino para «escuchar a la gente». De manual.



Nadie querrá defender a los dirigentes políticos tradicionales, por supuesto, pero habrá que objetar el método de renovación. Los cuadros no se renuevan elevando la mediocridad farandulera a los cargos electivos, sino todo lo contrario: los cuadros políticos se deben renovar a partir de lo más refinado y mejor capacitado que haya en el seno de la sociedad en un determinado momento.



Por lo tanto, en las antípodas de un Miguel del Sel o de un Fabián Gianola, los argentinos tenemos hoy en la Provincia de Córdoba una candidata de lujo. Se llama Carolina Scotto, es una destacada investigadora del CONICET, filósofa y profesora de Historia. Fue la primera mujer rectora de la Universidad Nacional de Córdoba —la famosa «Docta» cordobesa— en 400 años de historia de esa prestigiosa institución. Scotto también es referente en la lucha por los derechos humanos y viene con un proyecto de país claro y distinto, es decir, el Proyecto Nacional y Popular. Encabeza la lista del Frente para la Victoria en Córdoba, secundada por otro destacado académico, Martín Gill, quien fue rector de la Universidad de Villa María. Esta sí que es una renovación. Una renovación que no se limita solamente a los cuadros políticos, pero incluye el propio perfil dirigente, haciendo mutar su orientación hacia la capacidad y el esfuerzo, en oposición al oportunismo farandulero que se quiere vender como opción válida para gobernar la Patria.

Etimológicamente hablando, la voz «elegancia» significa saber elegir con buen gusto y distinción, extrayendo siempre lo mejor de algo. La madurez democrática se alcanzará, por lo tanto, cuando tengamos esa elegancia en la política y sepamos escoger siempre la mejor opción, separando lo bueno de la bazofia mediática. No puede dar todo lo mismo, no podemos volver a la banalización de la política que nos quisiera imponer alguna vez el neoliberalismo. Confiamos en que los cordobeses tendrán esa elegancia, porque no da lo mismo tenerla que no tenerla.
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