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Terratenientes de maceta y ABL

Les cuento una muy buena: tengo una vecina anciana que se ve a la legua que es gorila de toda la vida. Me vino a cruzar hace un ratito para comentarme lo de Evo Morales y, como soy un hombre sincero, de donde crece la palma, decidí escucharla. Un poco por curiosidad, un poco por morbo, confieso. La cuestión es que la antediluviana señora fue directo al grano para calificar el suceso como bochornoso. ¡Apa!, exclamé. Tan gorila no debe ser. Pero mi ilusión duró menos que un estornudo en una bolsa de papel, porque acto seguido la ilustre señora me aclaró que lo «bochornoso» del caso había sido, en realidad, que «esa mujer» —modo típicamente gorila de referirse a nuestra presidenta, cuando pretenden ser educados— se haya ido a Bolivia a respaldar al «indio ese» mientras el país está prendido fuego. Ignoré lo primero por ser de manual y pasé a lo segundo, es decir, a eso de que el país «está prendido fuego». ¿Cómo así prendido fuego?, quise saber. Y me contestó que los pobres ferroviarios, por un lado, pobres infelices obligados al paro porque no les pagan el aguinaldo, y esto sumado a la inflación que nos está matando de hambre, bueno, estas dos cosas solas ya serían evidencia irrefutable de que nuestro país está en llamas. Sí, claro, esto es un incendio de enormes proporciones, le dije. Los «pobres» ferroviarios de La Fraternidad y sus salarios de 15 mil pesos reclamando por un aguinaldo que se pagaba sí o sí al otro día (como siempre), más los precios... ¡Los precios! ¡Los precios no los determina el gobierno, señora! ¡Los manipula el empresario, el capitalista! ¿O usted piensa que las fábricas y los campos pertenecen al Estado? ¡Si fuera así, esto ya sería Cuba, la URSS o algo incluso más rojo! Trataba de mantener la calma, pero la respuesta no se hizo esperar y exploté. Exploté cuando me dijo que los precios suben porque el gobierno está en contra del «campo» (típico discurso del año 2008). Sí, me dice, maltratan al campo, por eso la comida está tan cara. ¿Y usted cuántas hectáreas de campo tiene, señora?, pregunté, ya subiendo el tono. Cuando me contestó que ella no tenía campos, pero que su hija sí los tenía, la obvia repregunta fue, como se pueden imaginar mis atentos lectores, ¿qué hace usted viviendo de alquiler en lo más oscuro del Conurbano Bonaerense si su hija tiene campos? «No quiero hablar», dijo ella, poniendo punto final a la conversación. Bien. No quiere hablar pero me vino conversar en primer lugar, y ahora resulta que no quiere hablar. Es por eso, por «no querer hablar» cuando ponemos en evidencia sus mentiras, es por eso mismo que los gorilas como usted van a seguir perdiendo (la van a seguir teniendo adentro, le quise decir más bien, pero le respeté la edad). No hable, señora, quédese callada. Deje que las urnas hablen. Hace diez años que vienen hablando las urnas y lo que ellas dicen es música para mis oídos, ruido para los suyos. ¡Qué la siga escuchando! (qué la siga chupando, debí decirlo pero de nuevo no me animé). En fin, hay que respetar a los adultos mayores...

Por Palermo Bronx
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