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El Prof. Bronx explica: Capitanich

De todas las combinaciones posibles entre formas y sistemas de gobierno, la república presidencial, la república parlamentaria y la monarquía parlamentaria (o "constitucional") son las más difundidas por el mundo. Salvo en aquellos raros casos de monarquías absolutas que aún subsisten, más de dos siglos después de la Revolución burguesa, y de unas pocas dictaduras militares que siguen de pie en países periféricos, la gran mayoría de las naciones del mundo son gobernadas y organizadas, en la actualidad, por una de las tres combinaciones antes enumeradas.

De esas tres combinaciones, la menos utilizada es la monarquía parlamentaria. Más bien típico de los países del norte de Europa, este tipo de monarquía también puede hallarse en España, en unos pocos países de Asia y en uno de África, además de la mayoría de las excolonias británicas, que eligen seguir vinculadas a la reina de Inglaterra por un acuerdo de mancomunidad (Commonwealth of Nations, en inglés). En esta forma monárquica y sistema parlamentario, el jefe de Estado es el monarca y el jefe de gobierno suele ser un primer ministro o similar. Esto significa, en la práctica, que el jefe de Estado ejerce funciones meramente formales, tales como viajes diplomáticos al extranjero, ceremonial y otras formalidades, y funciona como factor permanente de estabilidad, mientras que el jefe de gobierno ejerce el poder de gobernar. Siendo el monarca naturalmente hereditario (algo que parece ser inherente al concepto mismo de monarquía), el jefe de gobierno es, en las monarquías parlamentarias, electo indirectamente, es decir, nombrado por el monarca o por el parlamento, de donde suele provenir. El voto popular se limita aquí precisamente a la elección de los miembros del parlamento, sin tener los pueblos la posibilidad intervención directa en la elección del primer ministro. Un tanto antidemocrático para el gusto de muchos mortales.

La segunda combinación más utilizada es la republicana parlamentaria. En esta, en términos generales y ante la inexistencia de un monarca, las funciones formales de Estado suelen recaer sobre un presidente o similar, mientras el jefe de gobierno, al igual que en la monarquía constitucional, es el primer ministro electo por el parlamento. Entre los países que optan por este parlamentarismo republicano se encuentran varios de Europa central y meridional (Alemania, Italia, Austria, Suiza e Irlanda, por ejemplo), varios de Asia (como India, Israel y Turquía), algunos de África y Oceanía y dos pequeñas naciones americanas: Trinidad y Tobago y Dominica.

Finalmente, llegamos a la campeona de popularidad entre los países del mundo en la actualidad: la república presidencial. Aquí están casi todas las naciones americanas (entre ellas los Estados Unidos de Norteamérica, Brasil y nuestro país, la Argentina), la mayoría de las africanas (y también algunas las más importantes, como Nigeria, Congo, Angola y Mozambique), ciertos países de Asia (entre ellas Irán, Corea del Sur y las Filipinas), dos europeos (incluyendo a Bielorrusia, donde subsiste el último gobierno de orientación socialista soviética) y un minúsculo país de Oceanía. En esta combinación, el presidente es electo por el voto directo de los pueblos para ejercer tanto las funciones de Estado como las de gobierno. Puede gobernar temporalmente por decreto, prescindiendo de los servicios del parlamento e incluso, en ocasiones, disolverlo. Puede convocar plebiscitos y asambleas constituyentes y su mandato puede interrumpirse de modo legal únicamente por un juicio político (llamado "impeachment" en algunos países), renuncia o fallecimiento. Como dicho anteriormente, aquí el voto popular es directo, ya que se vota nominalmente por el titular, sin mediación de tribunos, patricios ni plebeyos.

No obstante, entre estas tres combinaciones existe una que podría considerarse como una anomalía: la república semipresidencial. ¿Qué ocurre aquí? Diferentemente de la república parlamentaria, en la semipresidencial el presidente conserva los atributos de jefe de gobierno, pero "comparte" algunos de ellos con un primer ministro. ¿Por qué ocurre esto? Porque, en realidad, lo que se pretende es preservar la imagen presidencial. Al delegar en el primer ministro algunas funciones ejecutivas, el presidente se expone con menos frecuencia a los venenosos dardos lanzados por la oposición y puede, de este modo, erigirse a veces en factor de estabilidad interna. Entre los países que optan por esta variación diluida de presidencialismo están importantes europeos (Rusia, Francia, Portugal, Rumanía y Ucrania), algunos asiáticos (el de mayor expresión es Siria), varios de África y dos americanos bien rezagados: Haití y la Guyana, que hoy es cooperativa pero que supo ser la única colonia británica de derecho en América del Sur hasta hace escasos 50 años.

Ahora bien, si hablamos de cosas de entre casa, la Argentina es, como bien se sabe, una república netamente presidencial. Esta forma y este sistema de gobierno han estado vigentes durante la mayor parte de la historia del país desde 1810 y no parece haber posibilidad de que esta realidad sea modificada en un futuro cercano. Aquí, el presidente es electo por el voto popular directo para un mandato de cuatro años, renovable una sola vez consecutiva, para ejercer tanto las funciones de Estado como las de gobierno. No quedan dudas de ello y, sin embargo, en el interior del sistema presidencialista argentino existe una figura que puede trastocar temporalmente el orden "natural" de cosas: es la figura del Jefe de Gabinete de Ministros.

En los sistemas no presidenciales enumerados se impone un primer ministro para todas o algunas funciones prácticas de gobierno. Esto se hace precisamente porque dichos sistemas están diseñados para preservar la figura del jefe de Estado, llámese allí rey, monarca, emperador o simplemente presidente, que debe representar al soberano de manera teóricamente neutral e independiente (decimos "teóricamente" ya que la neutralidad y la independencia absolutas son auténticas quimeras), quedando esta figura relativamente inmune a las contingencias inherentes al quehacer político. En la Argentina, aunque, repetimos, se trata un país se rige por un sistema presidencial, el Jefe de Gabinete puede asumir temporalmente —por orden del presidente y durante el tiempo que este considere apropiado— ciertas funciones de gobierno, con el propósito de preservar la figura presidencial en ocasiones. De este modo, el sistema argentino asume un aspecto más parecido al francés que al estadounidense, por ejemplo, y el presidente tiene las manos libres para ocuparse de asuntos de Estado que muchas veces pasan a un segundo plano, especialmente en épocas de gran efervescencia política. Si bien este presidente sigue siendo el único representante, de hecho y de derecho, del voto popular para tomar decisiones soberanas, delega algunos asuntos prácticos al Jefe de Gabinete, quien pasa a funcionar como una suerte de primer ministro de una república semipresidencial, es decir, con poderes limitados y puntuales, pero poderes al fin.

A modo de conclusión, y como se ha dicho anteriormente, este escenario está sujeto a la coyuntura. Pero, además, requiere de una personalidad especial para la función. Han habido excelentes jefes de gabinete que cultivaban un perfil más bien bajo y fueron de mucho valor mientras el sistema presidencial puro y duro fue necesario; y existen otros, del tipo pararrayo, cuyo carácter está forjado para "poner la cara" y recibir los golpes que haya que recibir por la causa. Esperemos que Jorge Capitanich, el flamante Jefe de Gabinete venido del Chaco, posea esos rasgos de carácter necesarios para preservar la imagen de nuestra presidenta en esta etapa, durante algunos meses, ya que, es sabido, los argentinos necesitamos de Cristina para largo rato. Y un poco de respiro nunca viene mal.


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