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Antonio Gramsci Nacional & Popular

El Príncipe y la modernidad (extraído de Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, pp. 12-13):
«El príncipe moderno (...) no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de la sociedad complejo en el que comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político (...) En el mundo moderno, sólo una acción histórico-política inmediata e inminente, caracterizada por la necesidad de un procedimiento rápido y fulminante puede encarnarse míticamente en un individuo concreto. La rapidez se torna necesaria solamente cuando se enfrenta un gran peligro inminente que provoca la inmediata exacerbación de las pasiones y del fanatismo (...) Pero una acción inmediata de ese tipo, por su misma naturaleza, no puede ser de vasto alcance y de carácter orgánico. Será casi siempre del tipo restauración y reorganización y no del tipo característico de la fundación de nuevos Estados y nuevas estructuras nacionales y sociales; será de tipo «defensivo» y no creativo original. Podrá tener vigencia donde se suponga que una voluntad colectiva ya existente, aunque desmembrada, dispersa, haya sufrido un colapso peligroso y amenazador, mas no decisivo y catastrófico, y sea necesario reconcentrarla y robustecerla».
Se ve con claridad como el análisis gramsciano indica que el príncipe moderno (el referente, el conductor) debe constituirse, necesariamente, en un partido político y no un individuo concreto, salvo en aquellas coyunturas en las que la acción histórico-política sea «inmediata e inminente», en las que la voluntad colectiva esté «desmembrada, dispersa» y se «haya sufrido un colapso peligroso y amenazador, mas no decisivo y catastrófico».

Es imposible no encontrar aquí similitudes entre esta descripción y el escenario de ruptura del tejido social y de crisis política en el que se encontraba la Argentina en el año 2001. Cuando el país se enfrentaba a «un gran peligro inminente» que provocaba «la inmediata exacerbación de las pasiones y del fanatismo» y amenazaba la misma integridad nacional, el mito-príncipe se encarnó entonces en Néstor Kirchner. Pudimos con ello salvar la Patria.

No obstante, el mito-príncipe encuentra su límite cuando la voluntad popular ya se ha «reconcentrado y robustecido», cuando la Patria ya está salvada. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo superar este límite y mantener la marcha del proceso político iniciado por aquel individuo mítico y concreto a la vez?

La respuesta, como no pudo ser diferente, también está contenida en el fragmento y es el partido político. Únicamente el liderazgo colectivo y la organización pueden resistir y vencer al tiempo. Esta es la tarea a la que nos abocamos hoy, a casi once años de aquel histórico año 2003. Unirnos y organizarnos, Unidos y Organizados. Como dijo Gramsci, como quiso Néstor y como necesita Cristina para seguir.


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